El conflicto entre los
padres tiene una influencia más duradera y destructiva sobre los niños que la
propia separación” (Schaffer, H.R., 1994).
“Una casa llena de
tensión puede repercutir mucho más en los niños que la resolución de la
tensión con el divorcio” (Bird, F.L., 1990).
“No es el divorcio por
sí mismo el que determina las alteraciones en los hijos, sino ciertas
variables que frecuentemente acompañan la ruptura de la familia” (Amato y
Keith, 1991a; Emery y Forehand, 1993).
El riesgo de daño
psicológico en los hijos tiene mucho que ver con el tipo de relación que la
pareja tiene, el clima de respeto entre los padres, el modo en cómo se
comunica a los hijos la disolución de sus padres como pareja, y la capacidad
de ellos para continuar más allá de la separación como personas equilibradas
y respetuosas en su trato mutuo y hacia los hijos.
Hay una serie de aspectos fundamentales a
tener en cuenta en el momento de informar a los hijos de la separación:
o Presentar la ruptura como una
decisión conjunta. Sería importante que el padre y la madre hablen
serenamente y en tono respetuoso por turnos; que la comunicación verbal y no
verbal transmita calma y no cualquier tipo de agresividad o carga emocional
negativa. Nunca descalificaciones. Tener clara la idea de que manifestar
decisiones dispares con respecto a la separación no conlleva más que a
entorpecer y a perjudicar el ajuste emocional de los hijos a la nueva
situación.
o Que las explicaciones sean
generales, es decir, que no se recurra a dar grandes detalles sobre el porqué
de la ruptura; quizá con el tiempo y dependiendo de la edad de los niños, se
pueda ir dando mayor información. En este primer momento, detallar sobre la
ruptura o dar información sentimental más privada (detalles de otras parejas,
etc...) produciría más daño emocional en los hijos. Aquí la pregunta que
nos tendríamos que hacer es –a la hora de saber si decir algo concreto o no-
“¿qué quiero conseguir con la información que le estoy dando?”; “¿para qué
le sirve a mi hijo la información que quiero darle?”.
o Hacer hincapié en que ellos no
tienen ninguna culpa sobre la separación de sus padres.
o Dejarles claro que es una
decisión íntegramente de los padres y que ellos no pueden hacer nada para
cambiar la situación.
o Dar información de cuál será
ahora la situación de ellos, con quién van a vivir y los cambios que
afectarán a sus rutinas diarias. De este modo pueden irse preparando
psicológicamente para los cambios futuros.
o Es de vital importancia que no se
dramatice la situación o se tengan comportamientos victimistas. Cuando uno de
los progenitores adopta el papel de víctima y manifiesta excesiva dependencia
emocional con respecto a los hijos, está generando más ansiedad y mayor
desadaptación en ellos.
o Dejar claro que no existe un padre
bueno y otro malo. No hay buenos o malos, por lo tanto, no inducir a que el
niño se vea a elegir un padre sobre el otro.
o Nunca mentir a cerca de la
realidad de la separación. Hay padres que piensan que es mejor que los hijos
crean que sus padres están de viaje o que se ausentan por otros motivos, sin
recabar que los hijos son mucho más inteligentes y se dan cuenta de que algo
va mal, y al no ser honestos con ellos, se sienten mal, merma su confianza y
les crea mayor confusión y desajuste emocional.
o Aclararle al niño que lo que deja
de existir es el vínculo de pareja como tal, pero que jamás desaparecerá el
vínculo padre-hijo.
o Si en algún momento durante este
proceso uno u otro “pierde los papeles”, hay que intentar reconducir la
situación de manera más racional y calmada.
o Favorecer un clima de apertura a
la hora de que los hijos expresen lo que sienten y piensan, o por el contrario,
respetar que quizá de momento no quieran hablar de ello propiciando otros
momentos, pero nunca desde la presión.
o Responder a las posibles preguntas
de los hijos desde la sensatez y el sentido común.
“Los hijos de aquellos
padres que en su momento compartieron la responsabilidad de informar a sus
hijos sobre el divorcio tienen, a la larga, un mejor ajuste psicológico”
Benedek, 1999.
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